jueves, 14 de marzo de 2013

La Guerra de Cuba, 1895-1898


Tras la independencia de la mayoría de las colonias americanas en el primer cuarto del siglo XIX (Ayacucho, 1824), España solo conservo Cuba, Puerto Rico y Filipinas. En estos territorios se mantuvo la administración colonial en base a una lucrativa agricultura de exportación (azúcar, tabaco etc.) para la metrópoli sin aceptar las crecientes reivindicaciones de sus habitantes, en especial de los grupos criollos. Las duras leyes arancelarias impuestas por Madrid que impedían a la isla comercias libremente con otras áreas, y de la que se beneficiaba solo una reducida oligarquía esclavista, perjudicaban, empero, a la mayoría de la población cubana.
En estas condiciones, el conflicto (“Guerra Larga”, 1868-78) estallo en Cuba durante el Sexenio Revolucionario y fue sofocada por Cánovas en 1878 (Paz de Zanjón). Había sido un primer aviso serio de las aspiraciones independentistas cubanas. Los habitantes de la isla esperaban que el nuevo gobierno les concediese una representación política similar a la de los españoles, un mayor grado de autogobierno, unas reformas económicas que aumentaran su libertad de comercio y la abolición de la esclavitud. La oposición de los grandes propietarios, los negreros y los comerciantes peninsulares impidió la concesión de ninguna de estas peticiones. Por este motivo, los cubanos fueron inclinándose cada vez más hacia posiciones independentistas. El líder que aglutino sus fuerzas fue José Martí, quien nunca había aceptado los acuerdos de la paz de Zanjón.
La subida de los Aranceles cubanos ocasiono la protesta de Estados Unidos, principal cliente de la isla. La negativa de España a rebajar ese arancel provoco una respuesta amenazante de los norteamericanos, que hacía temer su apoyo a la insurrección. Finalmente, la guerra estallo de nuevo en febrero 1895 (“Grito de Baire”), extendiéndose de forma generalizada por toda la isla. Los líderes, Martí y Máximo Gómez, lanzaron el Manifiesto de Monte Christi, verdadero programa del movimiento independentista. Una dura y cruel guerra volvió a provocar que decenas de miles de soldados de extracción humilde, reclutados por el sistema de quintas, fueran embarcados. La respuesta del gobierno español fue de tipo militar, con una dura represión (la “reconcentración de Weyler”) que no logro acabar con los sublevados. Las dificultades de aprovisionamiento, el mal entrenamiento de los soldados y las enfermedades hicieron mella en el ejército español, incapaz de alcanzar la victoria. Ante este panorama, se intento una estrategia de conciliación, ofreciendo una amplia autonomía política y económica a la isla, que los rebeldes, apoyados ahora por Estados Unidos, no aceptaron.
Los norteamericanos, interesados comercialmente en la isla y deseosos de agrandar su influencia en el Caribe y Centroamérica (su “back courtyard”), termino con la declaración de guerra del presidente McKinley a España tras el incidente del Maine, un acorazado norteamericano que estallo en el puerto de La Habana accidentalmente, hecho que estados Unidos utilizo como falso motivo (después de una furibunda campaña periodística en contra de España). La enorme diferencia en potencial militar ocasiono la rápida derrota de España, que hubo de firmar la Paz de Paris en diciembre de 1898, por la que se comprometía a abandonar Cuba, Puerto Rico y Filipinas, que pasaron a ser protectorado norteamericano.
La perdida de las ultimas colonias en 1898 supuso una enorme crisis política (no tanto económica) y moral para el país, que causo un gran impacto psicológico en los españoles, un sentimiento de fracaso y desencanto ante la evidencia de que España había perdido lo poco que le quedaba de su otrora gran imperio y de su paso a la condición de potencia de segunda categoría.
Este desastre del 98 impulso un movimiento, conocido como Regeneracionismo, muy crítico con la realidad española, que planteaba la necesidad de profundas reformas para lograr la modernización económica, el avance de la educación y la ciencia, la mejora del campo, etc. El más conocido representante político del Regeneracionismo fue Joaquín Costa que denuncio al caciquismo como uno de los males del país y pedía, bajo el lema “escuela y despensa”, reformas económicas y sociales. El Desastre propicio el desgaste progresivo de los partidos dinásticos o del turno (conservadores y liberales) y alentó el crecimiento de los nacionalismos cada vez menos identificados con la idea de España, así como el movimiento obrero y del republicanismo y propicio la formación de la Generación del 98 (Unamuno, Baroja, Azorín…), un grupo de pensadores y literatos pesimistas respecto a nuestra historia y partidarios de una gran regeneración moral del país.
La gran crisis del 1898 acabo con el sistema de la Restauración que había diseñado Cánovas y obligo a los futuros gobiernos a seguir una política de reformas que no fue lo suficientemente profunda para cambiar las cosas y resolver los cada vez más complicados problemas del país.

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