jueves, 14 de marzo de 2013

La evolución demográfica de España, 1800-1930


La población española experimento un lento crecimiento a lo largo del siglo XIX, apoyando en el aumento de la producción agraria, que permitió alimentar más personas, y en la mejora de las condiciones higiénico-sanitarias. El resultado fue un incremento que casi duplico el total de la población, pasando según el censo de Godoy de 1797 de 10,5 millones a comienzos del siglo a casi 20 según el censo de 1900 primeros años del siguiente.
Sin embargo, este crecimiento fue menor que el de otros países europeos debido a que aun estaba muy condicionado por una serie de características propias de un régimen demográfico antiguo:
-       Una natalidad elevada (30-35%) debido al predominio de una economía y sociedad rural y a la inexistencia de sistemas eficaces para controlar nacimientos.
-       Una mortalidad general también muy alta (+-30%o), especialmente la infantil, debido a una dieta escasa y desequilibrada que generaba episodios de mortalidad catastrófica ligada a crisis de subsistencia (hambrunas como las de 1856-1857, 1868, 1882 y 1887) y a enfermedades infecciosas. Su incidencia además se veía favorecida por el atraso de la medicina y la falta de higiene privada y pública. Las epidemias de peste, tuberculosis, fiebre amarilla y especialmente el cólera, con mortíferas oleadas (1833-1835, 1853, 1859, 1865 y 1885) fueron muy frecuentes. Como tercer episodio catastrófico que diezmo la población y genero vacios demográficos encontramos las frecuentes guerras de este periodo: de Independencia, coloniales, carlistas etc. La esperanza de vida en 1900 de tan solo 35 años (Francia, Gran Bretaña y otros países europeos llegaban entonces a los 45) debido a la elevada mortalidad infantil y materna.
-       Como consecuencia, el crecimiento natural de la población era muy lento (0,5/0,432%o anual) y presentaba oscilaciones bruscas.
A medida que estas condiciones negativas fueron mejorando, coincidiendo con las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, la población experimento un crecimiento más rápido lo cual coincidirá con el cambio de un régimen demográfico antiguo a otro de transición.
La distribución de la población continua la tendencia de los siglos anteriores: un despoblamiento del centro (excepto Madrid)  y un aumento de la población en  la periferia, tanto atlántica como mediterránea, más desarrollada económicamente.
Los movimientos migratorios interiores, del campo a la ciudad, lo que se conoce como éxodo rural, tampoco fueron intensos debido al lento proceso de industrializador y a la escasa modernización agraria, que impedía aumentar los rendimientos y, así, alimentar a mas población urbana. Se trato de una migración en cascada. Fueron las capitales de provincia y los centros industriales catalanes y del Norte, los que más crecieron a costa de provincias básicamente agrarias como Guadalajara, Almería, Teruel, Soria). Este fenómeno migratorio se intensificó durante la Restauración y durante la dictadura de Primo de Rivera, cuando se activa el crecimiento económico y la industrialización. En conjunto, el país pasó  de un 10% de población urbana a un 30% que residía en núcleos de más de 20.000 habitantes a principios del siglo XX. Madrid por ser el centro político de España y Barcelona, principal foco industrial, fueron las ciudades que más aumentaron su población, al igual que Bilbao o Valencia. Poco a poco, las ciudades se vieron obligadas a emprender reformas urbanas, especialmente a partir del 3/3 del siglo XIX, para absorber su crecimiento y modernizarse: derribo de murallas, apertura de grandes vías, ensanches, estaciones de ferrocarril, alcantarillados, alumbrado, etc. España siguió siendo un país marcadamente rural, pero la vida urbana influyo cada vez más en la mentalidad colectiva y se convirtió en el modelo a seguir.
Las razones económicas, como la falta de empleo, la presión demográfica y la escasa formación obligaron a una parte de la población a salir fuera de España. Esta emigración exterior procedió en su mayor parte de las regiones atlánticas (Galicia, Asturias, Cantabria y Canarias) donde existía un exceso de población rural y un inadecuado tamaño de las explotaciones agrarias (minifundismo). El perfil era varón, joven, soltero, de baja cualificación y dedicado a la agricultura. El destino fue a ultramar, principalmente a América Latina y secundariamente a Estados Unidos, Canadá, Australia y Norte de África. Fue permanente y asistida favorecida por la limitación de obstáculos a la emigración en 1853 y la demanda de inmigrantes de estos países para explotar sus recursos económicos y construir grandes infraestructuras. Aunque de menor importancia cuantitativa, también hubo una emigración de carácter político (exilio de grupos en diferentes etapas como afrancesados, liberarles, carlistas, republicana…) El momento de máxima emigración llego en los primeros años del siglo XX, cuando más de un millón de personas probaron suerte al otro lado del Atlántico.

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